Nota en el periódico herediano El Fortín, del 13 de diciembre del año 1949. Autor anónimo.
San José de la Montaña es un pueblo que queda al noreste del cantón de Barba al cual pertenece. Dista más o menos a 8 kilómetros de la Ciudad de las Flores. ¡Pero, qué estoy diciendo si a San José de la Montaña lo conoce todo Costa Rica! ¡Quién no ha ido a visitar el hermoso Santuario y pagar su promesa al Santo!
Millares de cartas y reliquias que la adornan nos están hablando de las enormes peregrinaciones de cada año en tiempos anteriores los devotos hacían a ese lugar de ensueño, eterna esmeralda del suelo tico. Hace ya muchos años desde las doce de la noche del 18 de marzo se oía el “tra ca trá” de nuestra rústica carreta que conducían a familias enteras hacia el Zanjón como se le decía corrientemente. Grandes cabalgatas desde tempranas horas de la madrugada se oían también, los que no iban al Santuario se paraban frente a la Iglesia de Barba para observar aquel cortejo que se dirigía al Zanjón. Todo era alegría, risa franca y optimismo pleno. Era día de fiesta, de regocijo, de santa emoción. Allá la gente, la víspera no dormía, tenían que dar los últimos pasos para terminar la fiesta; el picadillo, la conserva de chiverre, el estofado, el arroz con pollo, los domos de chancho para la eterna compañera de las fiestas de antaño, la sabrosa chicha. El pueblo se vestía de gala. Todo era aroma y color. Madrugaban mucho porque sabían que de buena mañana comenzaban a llegar los visitantes, invitados o no, eran recibidos con la misma cordialidad. Las campesinas amapolas en flor, lucían sus hermosos trajes de vivos colores, el mozo del campo, su gran sombrero de palma y su chafirro* que no aflojaba de su cintura. ¡Qué bello estaba el pueblo un 19 de marzo! Los viejos de ahora, mozalbetes de antes, al recordar esas fiestas lanzan profundo suspiro y vuelven sus ojos al cielo melancólicamente.
Hoy todo es olvido. Recuerdo de tiempos idos. Ya el santo parece olvidado por la gente moderna. El fervor que antes se le profesaba parece no existir ya. Hoy se prefiere ascender al Poás a ver un enorme hueco como al que caerán el día de la muerte, saborear el cigarrillo y el licor que quema la garganta pero no se acuerdan de que algún día morirán y que tendrán forzosamente que dárselas con el santo allá. Muy pocos son los que ahora visitan el Santuario. El pueblo se ha dormido. La esmeralda no pierde su brillo, no los pajarillos su melodiosos gorjeos, ni las flores su aroma, ni las mariposas sus vivos colores, pero el pueblo se ha dormido, al pueblo lo han olvidado. No hay progreso, ¡qué va a haberlo! Se les ha ofrecido una plaza, quiero verla. Dios tenga compasión de estos campesinos que laboran la tierra sin cesar y que no tienen ninguna distracción, y haga que la plaza se vea. No tiene carretera, la que hay no sirve, llena de huecos, los choferes ya no quieren hacer servicio allá. Los sábados cuando bajan y suben las gentes parece una procesión de beodos quitándose el lío del hueco que se presenta y que si van distraídos pueden perder paso e irse con todo y alforjas al suelo. La carretera está intransitable y pensar que este lugar es uno de los que más necesita una buena carretera ya que son grandes las cantidades de café que de aquí se sacan, enormes cantidades de dulce y leña y las valiosas maderas y la exquisita leche de los Montes de los Acosta. Los pobres animales que acarrean estos productos son los que sufren y el pequeño agricultor, el que paga las consecuencias y siguen cantando en los bufetes elogios al campesino sin preocuparse verdaderamente por la suerte de estos. Que dejen tanta palabrería barata y que vengan un día a visitar el Santuario y se den cuenta de la realidad de las cosas, pero no solo a esto, que ya son muchos los que nos han visitado y nada han hecho, que vengan pero que luego manden la cuadrilla a que arregle la carretera.
*Según el Diccionario de Costarriqueñismos de Carlos Gagini, el chafirro es un cuchillo o machete. Es corrupción del inglés Sheffield, cuyo nombre era común verlo grabado en las armas blancas.
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