Bullicio. El crepitar de la leña en la cocina y los bancos que se mueven para no estorbar entre la gente. Afuera, un cigarro que retarda su fin y los carraspeos de las personas al sentir aquel jugo ardiente llamado guaro de caña. Dentro, la expectación. Una cuerda que tensa la nota, un acordeón que busca la melodía, el güiro esperando su turno. La gente, sentada y de pie, aguarda al conjunto como si se tratara de una autoridad. Al escuchar los primeros sonidos de aquellos instrumentos, va mermando la bulla. Y de pronto, la magia: Cerca del mar, yo me enamoré, y como la luna, la brisa y la espuma, también te besé.
La música tradicional es la manifestación de la cultura popular y queda marcada en la historia de los pueblos como una auténtica expresión. Aunque muchas de las canciones no son compuestas en el propio pueblo, su representación influye en el carácter de una comunidad. Entre las múltiples manifestaciones culturales, muchas de ellas de influencia colonial, se encuentran: los rezos del niño, los payasos, algunas celebraciones de la Semana Santa. Como se puede notar, la música tradicional está muy relacionada con las festividades eclesiásticas, ya que en casi todas se incluyen cantos o acompañamientos musicales. Este es el caso de la celebración de la Semana Santa, donde es común que una filarmonía acompañe a las imágenes en su tristeza.
Conocida es la historia de la filarmonía de San José de la Montaña, allá por la mitad del siglo XX, donde, con mucha humildad y empeño, lograron un segundo lugar provincial. Otra de las celebraciones que aún hoy se conservan, son los rezos del niño. Esta celebración se da entre la Navidad y la fiesta de la virgen de la Candelaria. Coincidía además, con la época de la cosecha del café, por lo que normalmente las familias tenían un poco más de dinero, y agradecían a Dios por el año nuevo. El rezo del niño preserva formas de líricas muy antiguas: los famosos alabados, plegarias, salves y oraciones. Normalmente se contrata a un rezador y su conjunto, quienes amenizan el rosario. Generalmente cuentan con guitarras, güiro, acordeón, violín, requinto o mandolina. No faltaba además en los rezos el guaro de caña, los cigarros y el famoso ponche.
Uno de los grupos más representativos y duraderos en San José de la Montaña ha sido el grupo Los Alegres del Norte, quienes desde los años 70 tocan cualquier celebración que les propongan. Liderado por su cantante y rezador Carlos Soto, por el grupo han pasado muchas personas como Chepe Chaves, Heriberto Chaves, Adrián González, Danilo Espinoza, Ovidio Espinoza, Toño Espinoza, Mario Sánchez, Honorio Calderón, Chalo Esquivel, Víctor Rodríguez, etc. El espíritu siempre ha sido el mismo, a través de la música alegrar a la gente, que bailen, que recuerden un amor, llevar serenatas, hacer un rezo con devoción. Los géneros, que cada vez se escuchan menos, son varios: bolero, cumbia, corridos, merengues, vals, etc.
Todavía hoy, de vez en cuando, al pasar por la Calle El Gallito, se puede escuchar a Los Alegres del Norte, ensayando melodías, melodías con tintes nostálgicos. Una guitarra que marca la sexta cuerda como no hay ya, un acordeón en peligro de extinción y letras que se resisten al olvido.
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