Las personas, en un intento por comprenderse a sí mismas, han elaborado, a lo largo de la historia, gran cantidad de mitos: Afrodita, figura representada hasta la saciedad en la cultura pop, surgiendo de la espuma del mar; los males que, como semillas del diente de león, volaron de la tinaja de Pandora; el Génesis bíblico con sus creaciones en siete días y sus sacrificios; el Popol Vuh de la cultura quiché y la serpiente que recorre la aguas primigenias; y el mundo ensamblado, casi como un lego, a partir del cuerpo de Ymir en las tradiciones nórdicas.
Los mitos suelen ser fundacionales, es decir, intentan referirse al origen de las cosas. Además, hablan de las personas y los grupos humanos, ya que permiten comprender valores, creencias y rasgos identitarios; aspectos que, al fin y al cabo, inciden en la manera en la que percibimos la realidad.
Las leyendas se suelen llamar “mitos degradados”, pues, aunque comparten los aspectos fantásticos del mito, no suelen tener su carácter fundacional.
En el caso de la laguna del volcán Barva, se han construido diferentes leyendas en torno a su surgimiento; una de ellas, recogida en Leyendas costarricenses de Elías Zeledón, relata la aparición de la laguna del Barva a partir de una serpiente y un pequeño árbol de Matasano.
La leyenda
De acuerdo a la narración, la leyenda fue contada por un descendiente de los huetares, quienes, según el relato, durante el periodo precolombino estuvieron bajo el dominio del imperio azteca.
Vivían en pequeños núcleos poblacionales dentro del “Valle del Abra”, en donde, entre residuos de madera, se dedicaban a las artes manuales. Eran reconocidos por la elaboración de pequeñas figuras de sukias (chamanes de las comunidades indígenas), utilizadas, probablemente, para los ejercicios rituales. El "Valle del Abra", según la leyenda, se encontraba en lo que hoy es San Josecito de San Rafael.
Como en otros muchos mitos, leyendas e historias, lo Otro, lo diferente o lo desconocido genera una ruptura. En este caso, el sonido leve de los enseres para trabajar la madera, así como el tranquilo devenir del serrín en el “Valle del Abra”, fueron interrumpidos por la visita de los calpixques, indígenas extranjeros dedicados a la recolección de tributos.
Traían consigo un pequeño árbol de matasano, en cuyo tronco, como un matapalo, estaba enrollada una serpiente. El deseo de la comitiva de calpixques era sembrar el árbol en el valle y encontrar, en una visita futura, frutos amarillentos parecidos a huevos prehistóricos colgantes.
Recibieron una respuesta afirmativa, sin embargo, el agua empezó a brotar, como si estuviera en la boca de un hidrante, en el lugar exacto en el que el cuerpo de la serpiente tocó el suelo.
Al ver el agua correr y pensar en los sonidos roncos de los ríos que arrastran todo a su paso, así como en las lagunas grises que anegan cultivos, las comunidades del “Valle del Abra” pidieron a los calpixques que se llevaran el animal.
La comitiva de extranjeros, llevando el ligero siseo de la serpiente consigo, emprendió, entre la espesura de las montañas, su camino hacia el norte. Marcharon entre los grandes robles con parásitas rojas como anémonas, vieron bejucos que imitan serpientes y sintieron el aire frío de los cerros. Al contemplar el paisaje, decidieron dejar a la serpiente en medio de la montaña.
El agua empezó a brotar y a extenderse como esos pequeños hongos de las paredes blancas que se convierten en una gran mancha parecida a un lago con algas colgantes.
La serpiente se escondió en lo profundo del gran ojo que había creado en las entrañas de las montañas: la laguna del Barva.
Después de 12 lunas, como un río que se aleja de su fuente, abandonó la laguna y se dirigió al “Valle del Abra”. Hambrienta y reptando por el suelo húmedo, empezó a comer niños y niñas.
El sukia, ante la desesperación de las comunidades, recomendó la realización de sacrificios humanos para saciar el hambre de la serpiente. Según la leyenda, cada año se realizaban múltiples sacrificios y rituales; en compensación, el reptil les permitía ingresar a una cueva dentro de la laguna, parecida a un búnker acuático, que albergaba alimentos y bebidas abundantes.
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La serpiente es un símbolo fundamental dentro de las culturas mesoamericanas: Quetzalcóatl en el panteón azteca, Gucumatz en el quiché, Ehecalt en el huasteco y Kukulcán en el maya. Hay muchas representaciones, por lo que se multiplican las maneras de interpretar el significado de la serpiente: luz, vitalidad, creación, destrucción u oscuridad.
Sabemos que la laguna del Barva no surgió a partir de una serpiente, sino debido a una serie de lentos procesos geológicos, sin embargo, es un “mito degradado” que nos permite entender algunos símbolos de las culturas indígenas, así como su impacto en el desarrollo histórico de Barva y San José de la Montaña, pues, tal y como se expuso en una entrada previa, a nivel material, caminos precolombinos recorren las montañas heredianas, mientras que, a nivel inmaterial, las toponimias indígenas nombran comunidades, ríos y cantones.
Por otra parte, las leyendas permiten la irrupción, de manera tenue, del ejercicio imaginativo y la fantasía. Su utilización recuer
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