Cerca del volcán Barva, mientras los ríos corren en murmullos y la lluvia cae obstinada, la humedad se apodera de todo: está en la piel de los líquenes, en los musgos crispados y en los pequeños cuarzos que se forman en las narices de los felinos.
Allí, entre piedras redondeadas, algunos hombres destilaban guaro y, tras los primeros mechazos, sus rostros se volvían risueños, se arrugaban como papel china o, parecidos a las piedras del río Ciruelas, se volvían grises por el peso de la nostalgia.
Todo esto ocurría en las “sacas de guaro”, lugares de producción de licor perseguidos por el Resguardo o policía. Cabe señalar que se ha considerado una actividad ilegal desde los estancos del aguardiente en tiempos coloniales, y más adelante, durante el proceso de monopolización estatal de la producción del licor llevada a cabo durante los años cuarenta y cincuenta del siglo XIX.
En San José de la Montaña fueron muy comunes durante el siglo XX. Por ejemplo, según Kenneth Brealey: “Aquí había sacas de guaro por todo lado. Yo muchachillo, con unos veinte años, iba como dicen, de sácalas, a una saca que había allá arriba. Entonces ya en la pura tarde llevábamos salchichón para cocinar, comer y vacilar un rato. Sacábamos el guaro y nos quedábamos vacilando. Las sacas aquí eran famosísimas. La gente subía con mochilas con tapas de dulce para las sacas. De vez en cuando venía el Resguardo y hacía un operativo para encontrar sacas. Uno sabía dónde estaban las sacas, metidas en la montaña. Y como necesitan el fuego se veían los humillos donde salían. ¡Podía haber tres o cuatro humos saliendo de la montaña el mismo día!”.
Era un espacio que constituía el reconocimiento de una experiencia común. Los cuerpos hablaban: manos callosas y duras, cuellos y brazos oscurecidos por el trabajo al sol, surcos erosionados en la frente por las gotas de sudor y, a veces, cuando iba el patrón, miradas reticentes y oscuras como semillas de ojo de buey.
Por otra parte, el guaro también se comercializaba en casas, negocios, parques y potreros. Por ejemplo, según Bienvenida Sánchez: “Él (esposo) trabajó más en eso, él se llevaba a mi hijo mayor para la montaña, para que le ayudara. Llevaban un poco de dulce, para sacar guaro tienen que llevar dulce de tapa, entonces la echaba en un saquito y ya luego se iban para adentro, era aquí cerquita. Lo vendíamos en cualquier parte. A la casa llegaban a comprarlo y no teníamos dificultad con la policía. Para esconderlo lo enterraban detrás de la casa o metido en botellas en algún matón. Una vez mi esposo puso una fábrica en un cuarto de la casa. Y como tiene que haber barriles y tiene que haber de todo, entonces yo le ponía cobija para que no lo vieran. Cuando llegaron los del resguardo y todo lo encontraron, ¡para fuera todo! A mi esposo nunca se lo llevaron preso, sí le decían que se presentara, pero todo se arreglaba muy fácil”.
Se hacía de todo para despistar al Resguardo y algunas de las historias eran parecidas al cuento de Ricardo Fernández, relato en el que una imagen de san Jerónimo tenía un conducto secreto en un dedo, por el que, al ser besado en señal de adoración, surgían traguitos de contrabando.
En otra obra literaria que habla de las sacas, Cuentos de angustias y paisajes de Carlos Salazar Herrera, Ramón Gutiérrez, un sacador de guaro, al referirse a su oficio dice lo siguiente: “¡Qué negocio más riata!” y “¡qué va! Aquí no llega el Resguardo”.
Sin embargo, producir contrabando estaba lejos de ser una riata, ya que el proceso era complejo, la fermentación duraba aproximadamente 10 días y se debía realizar el destilado en la montaña empleando alambiques caseros y prendiendo fogatas que despedían pequeñas chispas parecidas a mulas del diablo.
Actualmente sigue existiendo el guaro de contrabando, sin embargo, continúa siendo ilegal, pues ha producido intoxicaciones graves ocasionadas por procesos de elaboración en los que se utilizan implementos oxidados, urea para acelerar la fermentación o zapatos para darle sabor.
Además, no genera impuestos. La producción de alcohol artesanal siempre ha sido un tema conflictivo en los procesos de modernización. Dos ejemplos claros son la revolución del whisky en Estados Unidos y los escoceses, mencionados por Nan Sheperd en la Montaña Viva, que se internaban en los Cairngorms a producir “rocío de montaña”, un guaro ilegal que calentaba los cuerpos en un ambiente dominado por el viento y la nieve.
En San José de la Montaña, al menos durante el siglo XX, algunos hombres cimarrones también se internaron en lo profundo, y allí, como centinelas en medio de la neblina, la densa humedad y las chispas del fuego, veían surgir unos hilitos delgados y brillantes como telarañas mojadas.
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