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Un viaje al volcán Barva en 1855. Relato del naturalista alemán Karl Hoffmann

Writer's picture: José Miguel CarvajalJosé Miguel Carvajal

El filósofo español Constantino Láscaris, radicado en nuestro país, escribió que “viajar por Costa Rica es ir continuamente brincando de un monte a un monte”, lo vio así con la meticulosa mirada de la filosofía, unida con el extrañamiento que acompañan a los extranjeros al mirar nuestro paisaje. Uno de esos extranjeros que visitó Costa Rica y contribuyó enormemente en el ámbito naturalista, fue el alemán Karl Hoffmann, que dándole la razón anacrónica a Láscaris, recorrió monte a monte, y dejó importantes relatos de sus excursiones, entre ellos uno muy valioso al volcán Barva.


El día pactado para la subida fue el 27 de agosto de 1855, saliendo con su compatriota el Dr. Juan Braun a las 10:00 am de la capital. Después de encontrarse con dos acompañantes más en Heredia, se dirigieron a Barva, “un pueblo indio de acaso 300 habitantes” afirma Hoffmann. Continuando el camino, el alemán describe el lugar: siembras de legumbres tanto del país como extranjeras, árboles frutales, además de setos de poró, güitite, itabo, espino, jocote. Y es un gran observador de aves, abundan los tijos, las piapias, el bobo, el cuyeo. Cuando su reloj marca la 1:45 pm, llegan al último punto de civilización, y la temperatura marca 15°. Descansan el resto del día en una linda casita de tablas, para emprender bien temprano la subida al volcán.


Quetzal (Pharomachrus moccino) Noviembre 2021. Paso Llano

El inicio en la madrugada lo marca la dura pendiente y la espesura de la selva virgen, además de la reconocida característica de la zona montañosa de Heredia, el líquido de oro, el agua. Escribe Hoffmann sobre esto: “como a cada 10 o 20 pasos surge un pequeño manantial de un pedazo de roca o de la raíz de un árbol” y describe la escalada como una “áspera pendiente donde se pierden los caminos” la montaña como una pirámide y laberinto. Da el nombre de ciertos lugares, que son hoy difíciles de concretar su ubicación, nombra un “Cerro de los Robles”, como un valle pequeño y plano, y el lugar donde brota el riachuelo “Las Ciruelas”, luego de 4 horas de subida, deciden descansar. Es en este remanso del trayecto donde Hoffmann, por primera vez y como una hierofanía, admira una pareja de quetzales.


Al llegar finalmente a la laguna, como buen naturalista observa y describe las plantas, la geología, pero inevitablemente le trae el recuerdo a un lago en la isla de Rügen, el lago Herta, y también lo ahonda con una comparación con la laguna del Irazú:

Laguna principal del volcán Barva. Julio 2018

"Si la primera mirada en el negro cráter del Irazú en las horribles y salvajemente desgarradas honduras o barrancas de este las colosales masas de rocas que yacían esparcidas aquí y allá, hicieron que mi fantasía excitada, exaltada por el espectáculo, lo poblara de demonios y de cíclopes, esta misma imaginación trasladó aquí a una dríada o ninfa que se había conseguido este íntimo, amable y delicioso lugarcito para llorar en un descanso ininterrumpido quizás el amor no correspondido o la infidelidad de un hijo de la tierra. "

Jilguero (Myadestes melanops) Diciembre 2021. Paso Llano

Hoffmann reconoce la tranquilidad, la paz, la intimidad que ofrece la laguna del volcán Barva. Un fenómeno que lo hace reflexionar es la neblina que se forma en el paisaje, que por momentos duda si “sería una ilusión o alucinación”. Ese día duermen Hoffmann y compañeros en la cima del Barva, cubiertos de la cegadora neblina y el silencioso frío. Al ir descendiendo reconoce el canto del jilguero, que por “la dulzura de la modulación de su voz” lo pone a la par del ruiseñor, aunque no consigue verlo, su canto lo acompaña durante todo su trayecto en la selva. La vastedad de especies de árboles, arbustos y plantas es tal que se disculpa el no poder hacer una buena descripción, pero sí reconoce ciertas aves más, como unos trepadores, un carpintero moreno, el carpintero copete rojo, el tucán verde y un tucán collarejo, además del mono congo. A las 12:00 pm del 29 de agosto llegan a la casita de tablas, emprenden ese mismo día el viaje de vuelta hacia San José.


Mucho ha cambiado en 167 años desde este relato, a los pies del volcán existe hoy San José de la Montaña; el camino ya no es un laberinto, sino un escarpado viaje recto a la nubes, y la selva resiste los dientes del hacha y las sierras. Mirar al norte es mirar el volcán, es ubicar las “Tres Marías” para buscar nuestra casa. Y creo que estaríamos de acuerdo ante la premisa que ofrece Láscaris: “el costarricense, si no tiene una montaña delante, se marea”


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